7. MONOTEÍSMO Y VIOLENCIA

En los últimos años de su vida, Freud estudió concienzudamente al faraón Amenhotep IV (Akenatón) -del que entonces se sabía muy poco- y profundizó en la relación entre el fenómeno del monoteísmo y la violencia.

A mediados de los años treinta del siglo pasado, Lou Andreas Salomé fue destinataria de algunas de las cartas de Freud en las que explicaba el concepto de “trauma” a partir de su teoría sobre Moisés como discípulo de Akenatón, que huyó de Egipto y fundó la religión judía siguiendo las enseñanzas del maestro. La dificultad de testimoniar históricamente la figura de Moisés fuera de los textos bíblicos hizo que la teoría de Freud fuera ampliamente cuestionada en los círculos de científicos, sin embargo, el debate sobre el monoteísmo y su relación con la violencia que impulsó Freud ha tenido y tiene hoy una gran vigencia, especialmente desde las recientes y valiosas aportaciones del célebre egiptólogo alemán Jan Assmann, que ha planteado un lúcido análisis sobre este fenómeno en varios de sus textos y, entre otras cosas, la concepción freudiana de la violencia religiosa como patología.

Todas las evidencias históricas indican que fue bajo el turbulento reinado de Akenatón cuando se llevó a cabo una trascendental revolución religiosa que le llevó a proclamar, por primera vez en la historia, a un dios único, incorpóreo, intemporal, omnisciente, omnipotente y ubicuo, amparado en una sola verdad. La llamada revolución de Amarna –que algunas voces de la egiptología moderna consideran que pudo haberse realizado bajo la corregencia de Akenatón con su padre, Amenhotep III, durante los diez primeros años- fue asombrosamente visionaria y renovadora en algunos aspectos importantes de la sociedad civil, así como en el terreno artístico, pero también fue una revolución violenta que se impuso ordenando destruir todas las manifestaciones religiosas que desafiaran al nuevo orden impuesto como religión de Estado. Si esta revolución quiso liberar al pueblo egipcio del oscurantismo religioso de las viejas deidades -aunque parece que el politeísmo egipcio tradicional era más tolerante que el monoteísmo impuesto por el joven monarca- también le condenó, según indican recientes investigaciones arqueológicas de Aketatón, la ciudad perdida de Amarna, a persecuciones, castigos y dramáticas privaciones que le hicieron pagar un alto precio.

El cristianismo, el islam y el judaísmo son las grandes religiones monoteístas del mundo contemporáneo y las tres se fundamentan, como la creencia de Akenatón, en un sólo dios y en una única verdad, pero ¿qué peligros encierra hoy el monoteísmo? La concepción de unicidad divina puede llegar a ser, como lo fue en el caso de la revolución de Amarna, excluyente y violenta, sobre todo por parte de ciertos grupos radicales. La intolerancia vinculada a la afirmación de un solo dios y una sola verdad se desarrolla en el mundo actual a través de distintas manifestaciones que pueden contener expresiones violentas, tanto desde el terrorismo fundamentalista como desde ciertos posicionamientos de carácter político o militar. El desarrollo creciente de estos dispositivos puede llegar a constituirse en una espiral que en lugar de unir y liberar a los pueblos los separa y los somete. Es cierto que los grupos más radicales e intolerantes no son representativos de la mayoría, pero podemos constatar las consecuencias que esta intolerancia provoca en la sociedad contemporánea, que puede llegar a tener, además, significativas consecuencias electorales en las democracias occidentales. Esta respuesta social a la amenaza de posiciones radicales provoca que, en muchos casos, las grandes religiones del mundo se desafíen entre sí en lugar de tolerarse, siendo fieles a un fenómeno muy antiguo, porque el cristianismo, el judaísmo y el islam tienen una larga historia, a veces, teñida de sangre. El filósofo Peter Sloterdijk lo desarrolla y argumentan ampliamente en su libro “Celo de Dios”, con un erudito repaso histórico a las tres grandes religiones monoteístas.

La proclamación del monoteísmo y su relación con la violencia  ha sido una base para el guión de la película Hereje, que ofrece una perspectiva que el cine no ha presentado hasta ahora sobre la antesala del final de la dinastía XVIII: una mirada interior sobre este fenómeno desde la tensión psicológica, política, teológica, militar y familiar, que nos aproxima al pensamiento egipcio de esta época crítica. Pero Hereje ofrece también, al mismo tiempo, una metáfora con el presente. La tensión política que aparece en la película puede remitir al golpe de Abdelfatah el-Sisi contra el líder islamista Mohamed Morsi.  Más de treinta siglos después, la historia de Akenatón se repite con la presencia del fenómeno religioso como trasfondo y en una relación directa con el poder político. El texto dramático, la partitura de esta película, ofrece una perspectiva desde la que comprender las circunstancias que se dieron cita en la violenta proclamación del Atón como dios único, una idea lejana y fascinante soñada por el faraón hereje, pero también una perspectiva desde la que intentar entender mejor nuestro presente.

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